Y a todos los demás.


¿Hace cuánto tiempo esperábamos algo así? Una saga inteligente, atractiva, formidablemente escrita y dotada de una capacidad adictiva superior a la de la metanfetamina. ¿Cómo puede ser un éxito de ventas una obra que parece más extensa que la Biblia de Jerusalén? ¿Por qué es imposible dejar de leer? ¿Por qué te arrastra la historia como un proyectil teledirigido? ¿Cuál es el secreto? George R. R. Martin no es un escritor como los demás. Su fuente de inspiración no proviene tan sólo del mundo de la espada y la brujería, ni del universo Tolkien, ni siquiera de la ciencia ficción. Tampoco se trata de una profunda investigación sobre la Inglaterra feudal y la guerra de las Dos Rosas. Su motor es otro. Estoy hablando de la televisión por cable.
1) Decir tacos no es naturalizar: existe mucha tendencia a iniciar cada frase con un "Joder", "Hostia", "Coño"... creyendo que con ello hacemos los diálogos más reales. No siempre es así. De hecho, a veces el abuso de este recurso provoca el efecto contrario. Y si vamos a poner que los personajes digan tacos, sería mejor elegir qué personaje los suelta y cuál no, cuál dice siempre "joder" y cuál prefiere "Me cago en to lo que se menea".Y ya está. Quien quiera enmendarme la plana o añadir cualquier cosa, está invitado a hacerlo. Yo, de momento, cierro esto y me pongo a dialogar y a procurar no cometer ninguno de estos diez errores ni de los mil restantes que se pueden cometer.
2) No hay que contar lo que vemos: si un personaje le da un abanico rojo a otro, no tiene que decir: "Ten, un abanico rojo", basta con que se lo dé, o, como mucho, le diga "Ten". Parece obvio con este ejemplo, pero es un fallo que suele cometerse.
3) Los diálogos demasiados bonitos, para tu novela: pues eso, que no hay que hacer unos diálogos dignos de García Márquez, sino apropiados para cada personaje. Un parado no habla como un académico (ya, ya sé que vais a ponerme el ejemplo de Los lunes al sol, pero precisamente por eso hay gente a la que no le gusta).
4) Preámbulos fuera: a veces nos da pudor comenzar una secuencia yendo directamente al meollo y escribimos una especie de preámbulo para preparar no tanto al espectador como a nosotros mismos a la hora de teclear. Está bien escribir ese preámbulo, pero después hay que borrarlo en el noventa por ciento de los casos.
5) Los rodeos, para el Oeste: tiene bastante que ver con el anterior punto. A veces nos gustamos escribiendo y empezamos a dar rodeos sobre el tema al que queremos llegar, alargando el diálogo hasta el absurdo. No es que vayamos a llegar, decir lo que sea y marcharnos, pero marear la perdiz acaba aburriendo al más pintado.
6) Ser directos no es natural: ahora me contradigo un poco y digo que tampoco podemos exponer directamente lo que el personaje quiere decir. Conviene vestirlo un poco, usar el subtexto o filtrar el diálogo con una emoción, una indirecta o un doble sentido. El equilibrio entre este punto y los dos anteriores es difícil, pero es lo que mejor funciona.
7) Fuera parrafadas: ya lo dije en el post anterior. Los diálogos tan largos como discursos es mejor dejarlos para cuando un personaje lee un discurso. E incluso ahí, es mejor mezclarlo con acciones que van sucediendo a la vez.
8) Demasiado corto, tampoco: lo contrario tampoco es bueno. Si construimos un diálogo con monosílabos, o preguntas y respuestas monosilábicas, puede estar bien únicamente si buscamos un efecto concreto, pero no como algo habitual.
9) La exposición, para los museos: hay que huir de los diálogos expositivos. Si tenemos que dar una información importante, tenemos que apañarnos para que no cante, para que el dato quede oculto como algo fluido.
10) Por terminar el decálogo, fuera chistes forzados: en comedia, si metes un chiste en medio de un diálogo sólo porque tiene que ir ahí y no te lo pide la propia acción, suele quedar como un pegote sin sentido. Lo mejor es que la propia situación te facilite el chiste. Ya, ya, no es fácil, pero ¿quién dijo que lo fuera?
Se reune la Familia Real para la cena de Navidad, y para matar el tiempo, Camila Parker Bowles dice "Vamos a jugar a las veinte preguntas, yo pienso algo y con veinte preguntas tenéis que averiguar qué es". Lo que ella está pensando es en la polla de un negro. El príncipe Phillips empieza: "¿Es más grande que un panecillo?" Camila responde "Sí". El príncipe Charles continúa: "¿Es algo que puedo meterme en la boca?". Camila responde "Sí". Y la Reina salta: "¿Es la polla de un negro?".El chiste da mucho juego en el episodio, pero no por insultar a la monarquía, sino por considerarse zafio y racista. Ahora haced un ejercicio mental (y no voy a proponer que penséis en la polla de nadie). Imaginad que en una serie española un personaje cuenta insistentemente este chiste transformando a Camila por Letizia y poco más.
"Ya me deben quedar dos neuronas nada más, las desato y son como el perro y el gato". SIN DIOS NI AMO (Extremoduro)