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domingo, febrero 09, 2014

Sobre el aborto

Ahora que la ley de Gallardón quiere retroceder hasta una ley de supuestos en que casi no hay supuestos posibles, me ha apetecido rescatar algunos pasajes del libro Mis líos con el cine, donde John Irving nos cuenta cómo fue su experiencia de adaptar la novela Príncipes de Maine, reyes de Nueve Inglaterra al guión de Las normas de la Casa de la Sidra. Y dado que tanto la novela como la película tratan el tema del aborto, en este libro también se habla de ello.
Copio algunos fragmentos, que, aunque están referidos a EE. UU., no está de mas leer.

«Desde los tiempos coloniales, el aborto siempre se había permitido hasta que el feto "se movía"; en otras palabras, hasta que el feto estaba lo bastante desarrollado para efectuar por sí mismo unos movimientos diferenciables de los de la madre. Así pues, durante el primer trimestre del embarazo, el aborto era legal en Estados Unidos, incluso en la época de los puritanos. A pesar de lo proclives que eran al castigo los padres fundadores, profundamente religiosos, el aborto no concernía más que a la misma mujer embarazada». 
Cuenta que en 1840, el aborto se declara ilegal en Maine y después se extiende la ilegalización a todo Estados Unidos, hasta 1973, cuando el Supremo decide que la mujer tiene el derecho constitucional a abortar. Y se pregunta, ¿qué ocasionó que se convirtiera algo legal en ilegal? Y lo explica.
«Irónicamente, los primeros en socavar el derecho de la mujer al aborto fueron los médicos. En los años treinta del siglo XIX, un grupo de doctores de la Asociación Médica Americana creía que las comadronas ganaban demasiado dinero con la práctica de abortos, un dinero que, en opinión de los médicos, ellos deberían embolsarse. Argumentaban que, desde el punto de vista médico, practicar un aborto era mucho más difícil que asistir a una mujer durante el parto, por lo que solamente los médicos deberían realizar la intervención. Sin embargo, hacía mucho tiempo que las comadronas practicaban abortos con un grado de seguridad equiparable al de los médicos.

     [...]Sin embargo, en 1840 un grupo de médicos logró que se prohibiera a las comadronas practicar abortos, y una vez que los únicos legalmente autorizados a realizar la operación fueron los médicos, otro grupo de galenos (pero no un grupo totalmente diferente) cabildearon en el seno de la Asociación Médica Americana para que se declarase ilegal el aborto.
Esto resulta tan desconcertante como contradicotorio [...] Al principio habían querido el dinero que las comadronas ganaban con el aborto. Pero entonces, cuando algunos de esos mismos médicos reconocieron lo abrumadora que era la necesidad del aborto, no quisieron saber nada de la intervención». 
Vamos, que parece que el derecho a la vida ni se planteaba para la prohibición, que la cosa era más por algo puramente monetario. Como siempre.

Y en el terreno de la opinión, continúa:

«Pensad en el movimiento actual del derecho a la vida. Le da pábulo algo más fuerte que la preocupación por los derechos de los no nacidos. (Quienes defienden ese movimiento muestran muy poco interés por los niños una vez que han nacido.) Lo que subyace en el mensaje del derecho a la vida forma parte del puritanismo sexual básico de Estados Unidos. Sus partidarios creen que eso que ellos perciben como promiscuidad debería recibir un castigo. Las chicas que quedan embarazadas deberían pagar el pato.
     Esta manera de pensar es más invasora que muchas otras manifestaciones de invasión de la intimidad. ¿Hay algo que requiera mayor intimidad que la decisión de tener o no tener un hijo? ¿No se debe primar el sentido común en semejante decisión? (Si no apruebas el aborto, no te sometas a el; si no queres tener un hijo, aborta.)».
Pues eso.