Apitiké

Apitiké
Nuevo servicio para escritores

viernes, enero 31, 2014

Sopa de pescado de la suegra



Ahora que hace frío, no está mal una buena sopa de pescado. Voy a deciros cómo preparar la que me enseñó mi suegra. Queda muy rica y es un plato que siempre triunfa. Vamos por pasos. 

1.-

En una olla se echa rape (puede ser media cabeza, o medio kilo de huesos de rape, o un buen trozo de rape con hueso para que dé sabor) y otras raspas y cabezas de pescado que tengamos guardadas (o compradas para la ocasión). Cabezas y raspa de merluza o de pescadilla, por ejemplo.



Se llena la olla de agua, se echa sal y se pone a hervir. Cuando arranca a hervir, se deja entre diez minutos y un cuarto de hora y se retira del fuego. Sacamos el pescado y lo dejamos enfriar en un plato. En la olla sólo dejamos el caldo. Yo, además, lo cuelo para quitar algunas impurezas que quedan por ahí.




2.-

En una sartén, se hace un sofrito con mucha verdura: dos cebollas, un par de dientes de ajo, una zanahoria, un pimiento rojo, un puerro…







 3.-

Cuando el sofrito está hecho, cogemos un buen trozo de pan duro. Lo cortamos y le echamos un poquito del caldo. Lo dejamos empapar y lo trituramos junto con el sofrito.



4.-

Cogemos también unos langostinos crudos, les quitamos las cabezas y los pelamos. Las cáscaras y las cabezas las echamos en una sartén y las sofreímos. Añadimos un chorrito de coñac y dejamos reducir un poco. Entonces también trituramos esto con la batidora. Se puede pasar por un tamizador para echarlo en el caldo. Como en mi casa no tengo tamizador, uso un colador y le voy dando con el mango del mortero para que se vaya colando sin que pasen las cáscaras.




Y ahora añadimos también el pan triturado con las verduras, que espesará el caldito.



5.-

Ahora cogemos el pescado que teníamos apartado y que estará frío. Con las manos desmenuzamos y sacamos toda la carne, sin que pase ninguna espina. Sacamos todo lo blanco en trocitos pequeños y lo echamos al caldo.



6.- 
Por último, con el caldo sólo templadito echamos los langostinos pelados y (si queremos) unas cuantas almejas que hemos tenido en remojo y limpiado de arenilla. Lo dejamos que vuelva a hervir para que las almejas se abran y los langostinos se cuezan, y ya está. Una rica sopa de pescado.



sábado, enero 25, 2014

Los hombres retroceden que es una barbaridad

Ver esta noticia me ha traído unos recuerdos de los que hablé precisamente hace poco con una amiga.

En mi casa, la de mi pueblo, la de mis padres, no teníamos teléfono. No hacía falta. Todos vivíamos allí. Existían cabinas para hacer llamadas a pocos metros. Había algún familiar con teléfono a la vuelta de la esquina. Así que yo no tenía costumbre de hablar por ese extraño aparato. De hecho, cuando alguna vez tenía que hacerlo, me sentía raro. No sabía cómo llevar una conversación sin ver el rostro de la otra persona.

A los dieciocho años me vine a Madrid. No podía llamar a mis padres. Pero llamaba a mi tía y le decía: «Eh, tita, avisa a mi madre, que vuelvo a llamar en diez minutos». Me quedaba rondando cerca de la cabina los citados diez minutos y volvía a marcar. Sencillo.

Llamaba solo cuando hacía falta (por asuntos que resolver o por necesidad emocional).

Todo aquello se acabó. No hace tanto y parece cosa no de otro siglo, sino de otra civilización. Estamos (me incluyo) gilipollas con los teléfonos. Que si sms, que si whatsapp, que si tarifa plana, que si tarifa de datos,...Y ahora, un cine que ofrece la posibilidad de cargar los móviles mientras vemos la película. ¿Para qué?

Hay un cuento de Cortázar que dice que cuando te regalan un reloj, te pasas la vida mirándolo, pensando si es bueno, consultándolo, con la necesidad de darle cuerda todos los días... en verdad eres tú el ofrecido como regalo al reloj.

Cortázar tuvo suerte. No conoció los móviles.