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domingo, abril 22, 2012

Un elfo en el metro

Ayer se creó un nuevo record que, por ser la primera vez, tendrá que ir batiéndose en años sucesivos. Se trataba del primer record de lectores en el metro de la Comunidad de Madrid. Mira que a mí hacerle la más mínima publicidad al metro en estos momentos no me gusta mucho, pero un acto de fomento de la lectura sí me parece interesante, así que allí me planté. ¿Qué libro llevé? Pues bueno, pensé, si el metro se va a hacer publicidad, ¿por qué no intento yo hacerme también un poquito de publicidad, aunque sea minúscula? Así que me llevé mi novela, El caso del hada falsamente ahogada. Ahí me podéis ver, en primera línea de la foto, con la novela en ristre. Casi no se percibe, pero está.
En la página de La noche de los libros, en el enlace del record, está la foto y se puede ampliar bastante, para que podáis ver si conocéis a alguien por ahí.

viernes, abril 20, 2012

Café para nadie

No sé por qué nos quejamos tanto. La subida de las medicinas supondrá solamente dejar de tomar cuatro o cinco cafelitos al mes. La gasolina también sube, pero serán sólo dos o tres cafés menos cada vez que llenemos el depósito. El recibo de la luz vendrá más abultado, pero nada, cinco o seis cafés menos al mes y arreglado. Ah, y el gas, eso es insignificante, otros dos o tres cafés al mes. El IBI sube, pero eso no será ni un café al mes, quejicas. Y en Madrid el transporte público sube, pero no exageremos, otros seis o siete cafés menos al mes y solucionado. Con la subida del IRPF los sueldos han bajado (para los cuatro afortunados que tienen trabajo), pero no hay nada que no se solucione dejando de tomar seis o siete cafés más al mes. Y si el chaval quiere ir a la universidad, pues nada, me quito treinta o cuarenta cafés al mes y allá que va.

Lo que no entiendo es por qué no se han manisfestado ya los importadores de café.

miércoles, abril 18, 2012

El rey y yo (otra vez)

Con tantas noticias sobre nuestro rey (¿debo escribirlo en mayúsculas?) me he dado cuenta de que la opinión que tengo sobre él no ha variado desde que tengo once o doce años, que fue la edad con la que me ocurrió la anécdota que cuento en mis memorias de infancia, Memorias de un mindundi. Os ahorro el trabajo de buscar entre sus páginas y os coloco aquí el texto que escribí:

Un organismo oficial con el patrocinio de una entidad bancaria organizó un concurso de redacción que partía de niveles locales para ir pasando a provinciales y no sé si más allá de autonómicos.

Como siempre me gustó escribir, yo fui uno de los tres alumnos que mi colegio envió a ese concurso.

La mecánica era sencilla: te sentabas en un aula, separado de tus compañeros como para un examen, llegaba un profesor con un sobre, lo abría y nos proponía el tema. Después nos daba un tiempo para escribir sobre ese tema. Y ya está. A esperar la decisión del jurado.

Allí estaba yo, impaciente por saber sobre qué utilizar mi retorcida retórica cuando llegó el profesor, abrió el sobre... y mi mundo se derrumbó. El tema era algo tan absurdo como "El Rey de España".

No es que tuviera unas ideas políticas muy claras, pero aquello me pareció tan aburrido que me hice republicano al instante. Recuerdo que comencé mi redacción con algo así como "¿Para qué sirve un rey? Veo carteles, fotos, anuncios, mas no hallo respuesta clara a mi pregunta". Y de ahí en adelante, todo era una crítica a una institución a la que no veía mucho sentido.

Con el 23F aún reciente y la democracia dando sus primeros pasos, aquello no fue una estrategia muy buena si lo que pretendía era ganar el concurso. Obviamente, me dieron el premio de consolación y nada más (este premio, por cierto, era una novela de José María Gironella). Yo sabía que el jurado había mirado más el contenido que la redacción, y aprendí que para ganar tendría que haber escrito lo que ellos querían leer.

Pero me quedé muy a gustito.
Pues eso, que no era por volver a hacer publicidad de mis memorias, es que la actualidad me lo pedía.

miércoles, abril 11, 2012

Precios olímpicos

Faemino y Cansado tenían un sketch en el que decían que en una lucha entre un charcutero y un neurocirujano, el neurocirujano tenía las de ganar, porque te daba un golpe de tal forma que no notabas el efecto hasta pasados varios años.

Esperanza Aguirre es una neurocirujana. Cuando fue Ministra de Cultura se hizo la tonta, pero era un golpe para caer bien, para hacerse entrañable... para llegar a la presidencia de España. Como llegó un candidato con más pinta de pardillo que ella, no le salió del todo bien y se ha quedado en Madrid, por suerte para las demás autonomías.

En Agosto de 2011 subió el transporte. Yo vaticiné que volvería a hacerlo en Enero de 2012. Me equivoqué, pero por poco. Lo vuelve a subir en Mayo, que es el mes de las fiestas de Madrid.

Pero como Esperancita es una neurocirujana, yo me he dado cuenta de que no lo sube por fastidiar a los madrileños, ni para potenciar la crisis (ahora los suyos están en el poder, o eso parece), ni para hacer caja. Lo hace para preparar Madrid de cara a los Juegos Olímpicos de 2020.

Esperanza quiere que para esa fecha todos los madrileños estemos en forma, así que sube el transporte público para que vayamos caminando, o incluso para que compremos una bicicleta, que en sólo un par de meses tendremos más que amortizada viendo el precio del abono mensual.

Pero no acaba ahí su intención, que los neurocirujanos tienen muchos estudios. Esperanza quiere potenciar nuevos deportes que serán olímpicos para la fecha y así garantizará que nos llevemos todas las medallas. Se creará el salto de torno de metro, la carrera desesperada ante policía uniformada y el deporte estrella, el apedreamiento y quema de organismos públicos. Sólo los creadores de las Olimpiadas, los griegos, nos pueden arrebatar algunas de estas medallas.

Pero llegaremos entrenados.

(Al hilo de todo esto, resulta curioso volver a leer esta entrada que escribí hace seis años).

martes, abril 10, 2012

Froilan y yo

Hoy me siento más cerca de la Casa Real. ¿Por qué? Basta echar un vistazo a este texto extraído de mis memorias de infancia.

Mi abuelo era cazador. No un cazador empedernido, pero tenía una escopeta de perdigones. Por si alguien no lo sabe, esta escopeta se carga con cartuchos de perdigones, que disparan un motón de bolitas de plomo (o algo así), con lo que el tiro se expande y el alcance no es puntual, sino que abarca una amplia zona. Yo no soy cazador, pero creo que la usaba para cazar perdices (y si no es así, que alguien me lo haga saber).

El caso es que un día estábamos mi hermano y yo en el patio de casa de mis abuelos, y mi abuelo, con esa intención de todas las personas mayores de inculcar sus gustos en sus descendientes, nos ofreció a mi hermano y a mí la posibilidad de dar unos disparos. Vamos, como en la América profunda.

Nos fuimos al corral y nos puso a una distancia prudencial de un cazo viejo de hojalata. Allí que me planté, al más puro estilo John Wayne, y apunté como mejor sabía. A pocos metros a la izquierda del cazo, mi abuela había tendido la colada. Todas sus enormes bragas blancas estaban allí, secándose al sol. ¿Qué pudo ocurrir? Obviamente, ningún perdigón dio en el cazo. En su lugar, transformé varias de las bragas en bragas "de agujeritos". Mi abuela se enfadó mucho con mi abuelo, pero mientras más le reñía ella, más me reía yo. Aquello me hizo mucha gracia.

Este texto pertenece a Memorias de un mindundi. Si aún no las has leído, te las puedes descargar completamente gratis.

miércoles, abril 04, 2012

Siete añitos

El próximo once de abril hará justo siete años que comencé a escribir este blog. A veces lo hago con más asiduidad, a veces con menos, pero siempre lo intento mantener vivo. ¿Por qué? Supongo que por ese componente de egocentrismo, los que escribimos blogs queremos pensar que hay gente a la que le interesa lo que publicas.

Pero si miro el ranking de páginas de entrada, parece que lo que actualmente más interesa de este blog no son mis críticas u opiniones sobre la actualidad, ni mis interminables menciones a mi novela, ni mis consejos o reflexiones sobre guión. No, la entrada que más visitas tiene de este blog, con mucha diferencia, es una sobre trucos para conservar la coliflor y para que no suelte olor al cocerla. Y la segunda entrada más vista es una sobre trucos para freír berenjenas.

Parece que he ayudado a mucha gente en sus cocinas. Mi ego puede darse por satisfecho.

martes, abril 03, 2012

El personaje sorpresa

Desde principios de año o finales del anterior (más o menos) vengo escribiendo la segunda novela protagonizada por Growyn, el elfo detective. Algo que me ha ocurrido recientemente con ella me da pie a hacer una reflexión aquí sobre un aspecto del proceso creativo, un aspecto que llamaré: el personaje sorpresa.

Mi método de trabajo se basa en hacer una estructura antes de comenzar a redactar. En esa estructura ya sé los grandes acontecimientos de la novela, en qué orden se van a suceder y aparecen ya los personajes principales. Eso no quiere decir que redactar sea un proceso mecánico y rutinario, al contrario, cuando voy escribiendo, la propia acción me va guiando y muchas veces me tengo que apartar del esquema previo y reorientarlo todo, aunque siempre intento que la historia vuelva a converger con la estructura marcada más pronto que tarde.

Según voy escribiendo voy pasando los capítulos a la gran Ade, que lo lee y me anima a seguir. El otro día me comentó que echaba en falta algo, yo creí que tenía razón y de pronto creé a un personaje para cubrir ese algo que ella me comentó. Lo que ocurre es que ahora el personaje creado ha irrumpido en la novela como un elefante en una cacharrería. Como no había pensado antes en él, me detuve un poco a darle forma, a crearlo, a darle un pasado... Y de pronto me he llevado una sorpresa. Este personaje no puede aparecer sólo para un capítulo, tiene que seguir con los demás personaje, conmigo, con el lector.

Este personaje me va a obligar a replantear muchas cosas de ese esquema que yo ya tenía apuntadito en un documento de word. Pero no os creáis que todo esto es un engorro. Muy al contrario, este personaje ya tiene vida propia y habla por sí mismo, y me gusta cómo habla, me gusta lo que tiene que contar, me gusta lo que puede ocurrirle. Y yo mismo me pregunto a dónde conducirá la historia, pero será mejor que deje que las cosas ocurran. Ahora me lo estoy pasando mucho mejor cuando me siento al ordenador.

Escribir puede ser maravilloso.