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Nuevo servicio para escritores

martes, agosto 28, 2012

Teñida y en Botella

Parece que para que te contraten en el PP de Madrid no es malo tener parecido a la mujer de Aznar. ¿Quién es Ana Botella (Alcaldesa de Madrid a nuestro pesar) y quién Regina Plañiol (Consejera de Presidencia y Justicia de la Comunidad de Madrid)? ¿Quién gasta más en peluquería?



jueves, agosto 23, 2012

Las cosas de Palacio


Quienes tengan niños me entenderán a la primera, quienes no, puede que ni a la tercera. Hay veces en que vas a algún sitio público (restaurante, evento, museo, exposición…) con tu cría de dos años, y sientes que estás fuera de lugar, que molestas, que te has equivocado yendo allí con ella. Puede también que no quieras verlo así y pienses que la gente es muy intolerante, que si ellos tuvieran críos se ahorrarían esas miradas recriminatorias.

Esto viene a cuento por una reciente visita al Palacio de Segas, en Cudillero (Asturias). Al salir me dio la sensación de que habíamos sido un poco maltratados por el hecho de ir con niña, pero mientras esperaba junto a la taquilla para devolver audioguías y recoger bolsos y DNI’s, vi a tres personas más de diferentes grupos quejarse por motivos parecidos. Y no fueron más de cinco minutos de espera.

El sitio es muy bonito, pero desde aquí me cuidaría mucho de recomendarlo a nadie, no sólo con críos, sino a cualquiera que no quiera ser tratado como delincuente por el mero hecho de existir y dignarse a visitarlo.  

Para empezar, la entrada cuesta nueve euros. La niña de dos años no paga si va en brazos, pero si pone cualquiera de sus pies en el suelo, tendrá que pagar también esos nueve euros. Os juro que nos dijeron eso. Una norma absurda donde las haya. Es más, dijeron que bueno, que en el jardín “harían la vista gorda” y podría caminar. Vaya, pues muchas gracias por el detalle.

Después, te dicen que no puedes entrar con ningún bolso ni nada que se le parezca, todo lo tienes que dejar en una taquilla. Durante la espera que comenté antes, una mujer llevaba en la mano una especie de monederito, y cuando salía de la taquilla, la llamaron por la ventana diciéndole, “Eh, eh. No puede entrar con eso, tiene que dejarlo”. La mujer manifestó su indignación a sus acompañantes diciendo: “Esto es peor que Israel”. Algún motivo tendría para la comparación, pero creo que el sentido queda claro.  

No se puede hacer ninguna foto, ni con flash ni sin flash, ni dentro del edificio ni en el jardín. Dentro, vale, pero no entiendo qué mal puede hacer una foto sin flash en un enorme jardín. Tal vez teman que copiemos el estilo sin su permiso, o que le robemos su alma vegetal.

Nos dicen también que el carrito del bebé hay que dejarlo fuera del edificio, lo que reconozco que me parece de los más razonable. Entramos sin carrito y nos obligan a ponernos un par de patucos para no estropear el suelo. No sé qué suelo, porque nos dicen que no podemos salirnos de las alfombras. Es como ponerse un condón encima de otro condón. Pero bueno, si son cuidadosos con sus cosas, están en su derecho. Lo ridículo es que la vigilante nos dice “Eso sí, para subir a la segunda planta, pueden agarrarse de la barandilla”. Me dieron ganas de besarla por permitirme tocar algo tan indigno de mis manos.

Cuando estamos visitando la cuarta o quinta sala, la vigilante se nos acerca y nos dice: “Me han llamado de recepción, han visto por las cámaras que tienen cosas en el carrito que han dejado fuera. No se puede, tienen que llevar el carrito allí”. Yo salgo un poco mosqueado ya a llevar el carrito (que tiene que pasar por una zona de piedrecitas sueltas por la que hay que llevarlo arrastrando en lugar de empujando). Lo llevo a recepción, que no está nada cerca, y cuando llego allí y les digo que soy el del carrito, que vengo a dejarlo, me dicen que no, que allí no se puede quedar. Quien me conozca sabe que no soy mucho de enfadarme, pero ahí me enfadé y le dije que qué me decía, que no lo llevaba porque me apeteciera, que me habían sacado de la mitad de la visita para que lo hiciera.  El hombre me pidió perdón por el malentendido y me dijo que lo que tenía que hacer era guardar las cosas que había en el carrito dentro de una taquilla, que ellos no se responsabilizaban si alguien las robaba. No creo que la gente vaya a un sitio perdido del mundo a robar unas toallitas del Mercadona y un recambio de braguitas infantiles, pero bueno, si ellos piensan que la gente que va a visitarles sólo piensa en robar, algún motivo tendrán.

El caso es que metí las cosas en la taquilla y volví al edificio arrastrando de nuevo el carrito conmigo, con más ganas de salir ya de allí que de otra cosa. Seguimos con la visita y la vigilante, que nos ve con la cría en brazos todo el rato, nos dice que podemos dejarla en el suelo, que no pasa nada. Me entraron ganas de pedirles que unificaran criterios de una vez, pero lo único que hicimos fue terminar el recorrido con bastante rapidez, tocar la barandilla para poder contarlo a mis nietos y salir de allí.

Una visita rápida por los jardines (que vuelvo a reconocer que son preciosos, lo cortés no quita lo valiente), y de nuevo a recepción a, como ya dije, recoger los DNI’s. Además de la chica del comentario sobre Israel, en esos cinco minutos vi a otra mujer salir hacia su coche acompañada de una cría de unos diez años diciendo algo así como “qué impertinentes, qué se habrán creído”. Y a una pareja madura cercana a los sesenta, que salía comentando “No entiendo para qué tantas medidas de seguridad”.

Yo tampoco.

No me gusta nada esa gente que dice cosas como “eso en mi país no pasa” o “yo he estado en muchos sitios mejores que este”.  Pero me temo que voy a convertirme en algo que odio, porque yo he visitado palacios iguales o mejores que el Palacio de Selgas, públicos y privados, y nunca, nunca, he sentido que me trataran como si se vieran obligados a enseñármelo, como si mi presencia les molestara y desconfiaran de mí en todo momento.

Lo digo todo sin acritud, y si lo pongo en público es sólo porque creo que a los de Fort Knox les puede intesar hacer una visita para copiar sus métodos.

viernes, agosto 17, 2012

Y yo con estos pelos

¿Terminando el 17 de Agosto y yo sin haber escrito ni una entrada en el blog? ¿Qué está pasando aquí?

Hace dos o tres meses hice un curso sobre marketing en las redes sociales y una de las primeras cosas que nos dijeron fue que hay que tener un blog y escribir mucho en él. Me propuse retomar este espacio de escritura con asiduidad. Pero no ha sido así. Algo publico, pero no con la frecuencia que me era habitual.

¿Por qué? Bueno, estos días la culpa la tienen las vacaciones (o más bien debería decir los viajes a casas familiares, que no dejan tiempo para trastear demasiado en internet). Pero, ¿y antes?

Cuando me metí en Facebook, pensaba que esta red era para mi blog como se decía que iba a ser la tele para el cine. Y así fue, no tuvo ninguna incidencia. En verdad, escribía lo mismo o más porque lo que publicaba en blogger salía también en Facebook.

El verdadero enemigo de los blogs (o del mío al menos) es twitter. Antes, si me quería meter con Ana Botella (la alcaldesa, no la escritora) me curraba un poco un par de parrafitos (o tres, o cuatro, según diera el tema). Y me quedaba tan a gusto. Pero ahora, si me quiero meter con ella, me bastan y me sobran con 140 caracteres. Entonces, ¿para qué más?

El problema es que me gusta escribir, y prefiero cinco párrafos a ciento cuarenta caracteres. Pero el otro problema es que también soy un poco vago (o como dijo una vez un amigo mío, soy el vago más trabajador que conozco). Y escribir un tweet es mucho más rápido que escribir una parrafada. O debería serlo.

Por el camino se han quedado historias que me hubiera gustado escribir y que han sido plasmadas en un simple tweet. Como aquella de mi abuelo cuando se plantaba con un vaso duralex de esos de cuarto de litro lleno de vino tinto peleón hasta arriba y me hablaba de la guerra; poco, pero lo hacía. O cómo saboreando ese vino y quejándose de su acidez de estómago crónica (algo que he heredado) se lamentaba de que venía otra guerra en perspectiva porque los estudiantes se estaban manifestando. Y hablo de los años ochenta. Me podía haber enrollado con aquella historia en un post nostálgico y memorístico, pero el 16 de Julio me lo ventilé todo con un simple "Con las revueltas estudiantiles de los 80, mi abuelo decía que así empezó la guerra. Yo me reía. ¿Qué diría ahora? ¿Me seguiría riendo yo?".

Y no es lo mismo. Que no.