Quienes tengan niños me entenderán a la primera, quienes no,
puede que ni a la tercera. Hay veces en que vas a algún sitio público
(restaurante, evento, museo, exposición…) con tu cría de dos años, y sientes
que estás fuera de lugar, que molestas, que te has equivocado yendo allí con
ella. Puede también que no quieras verlo así y pienses que la gente es muy
intolerante, que si ellos tuvieran críos se ahorrarían esas miradas
recriminatorias.
Esto viene a cuento por una reciente visita al Palacio de Segas,
en Cudillero (Asturias). Al salir me dio la sensación de que habíamos sido un
poco maltratados por el hecho de ir con niña, pero mientras esperaba junto a la
taquilla para devolver audioguías y recoger bolsos y DNI’s, vi a tres personas
más de diferentes grupos quejarse por motivos parecidos. Y no fueron más de
cinco minutos de espera.
El sitio es muy bonito, pero desde aquí me cuidaría mucho de
recomendarlo a nadie, no sólo con críos, sino a cualquiera que no quiera ser
tratado como delincuente por el mero hecho de existir y dignarse a visitarlo.
Para empezar, la entrada cuesta nueve euros. La niña de dos
años no paga si va en brazos, pero si pone cualquiera de sus pies en el suelo,
tendrá que pagar también esos nueve euros. Os juro que nos dijeron eso. Una
norma absurda donde las haya. Es más, dijeron que bueno, que en el jardín
“harían la vista gorda” y podría caminar. Vaya, pues muchas gracias por el
detalle.
Después, te dicen que no puedes entrar con ningún bolso ni
nada que se le parezca, todo lo tienes que dejar en una taquilla. Durante la
espera que comenté antes, una mujer llevaba en la mano una especie de
monederito, y cuando salía de la taquilla, la llamaron por la ventana
diciéndole, “Eh, eh. No puede entrar con eso, tiene que dejarlo”. La mujer
manifestó su indignación a sus acompañantes diciendo: “Esto es peor que
Israel”. Algún motivo tendría para la comparación, pero creo que el sentido
queda claro.
No se puede hacer ninguna foto, ni con flash ni sin flash,
ni dentro del edificio ni en el jardín. Dentro, vale, pero no entiendo qué mal
puede hacer una foto sin flash en un enorme jardín. Tal vez teman que copiemos
el estilo sin su permiso, o que le robemos su alma vegetal.
Nos dicen también que el carrito del bebé hay que dejarlo
fuera del edificio, lo que reconozco que me parece de los más razonable.
Entramos sin carrito y nos obligan a ponernos un par de patucos para no
estropear el suelo. No sé qué suelo, porque nos dicen que no podemos salirnos
de las alfombras. Es como ponerse un condón encima de otro condón. Pero bueno,
si son cuidadosos con sus cosas, están en su derecho. Lo ridículo es que la
vigilante nos dice “Eso sí, para subir a la segunda planta, pueden agarrarse de
la barandilla”. Me dieron ganas de besarla por permitirme tocar algo tan
indigno de mis manos.
Cuando estamos visitando la cuarta o quinta sala, la
vigilante se nos acerca y nos dice: “Me han llamado de recepción, han visto por
las cámaras que tienen cosas en el carrito que han dejado fuera. No se puede,
tienen que llevar el carrito allí”. Yo salgo un poco mosqueado ya a llevar el
carrito (que tiene que pasar por una zona de piedrecitas sueltas por la que hay
que llevarlo arrastrando en lugar de empujando). Lo llevo a recepción, que no
está nada cerca, y cuando llego allí y les digo que soy el del carrito, que
vengo a dejarlo, me dicen que no, que allí no se puede quedar. Quien me conozca
sabe que no soy mucho de enfadarme, pero ahí me enfadé y le dije que qué me
decía, que no lo llevaba porque me apeteciera, que me habían sacado de la mitad
de la visita para que lo hiciera. El
hombre me pidió perdón por el malentendido y me dijo que lo que tenía que hacer
era guardar las cosas que había en el carrito dentro de una taquilla, que ellos
no se responsabilizaban si alguien las robaba. No creo que la gente vaya a un
sitio perdido del mundo a robar unas toallitas del Mercadona y un recambio de
braguitas infantiles, pero bueno, si ellos piensan que la gente que va a
visitarles sólo piensa en robar, algún motivo tendrán.
El caso es que metí las cosas en la taquilla y volví al edificio
arrastrando de nuevo el carrito conmigo, con más ganas de salir ya de allí que
de otra cosa. Seguimos con la visita y la vigilante, que nos ve con la cría en
brazos todo el rato, nos dice que podemos dejarla en el suelo, que no pasa
nada. Me entraron ganas de pedirles que unificaran criterios de una vez, pero
lo único que hicimos fue terminar el recorrido con bastante rapidez, tocar la
barandilla para poder contarlo a mis nietos y salir de allí.
Una visita rápida por los jardines (que vuelvo a reconocer
que son preciosos, lo cortés no quita lo valiente), y de nuevo a recepción a,
como ya dije, recoger los DNI’s. Además de la chica del comentario sobre
Israel, en esos cinco minutos vi a otra mujer salir hacia su coche acompañada
de una cría de unos diez años diciendo algo así como “qué impertinentes, qué se
habrán creído”. Y a una pareja madura cercana a los sesenta, que salía comentando
“No entiendo para qué tantas medidas de seguridad”.
Yo tampoco.
No me gusta nada esa gente que dice cosas como “eso en mi
país no pasa” o “yo he estado en muchos sitios mejores que este”. Pero me temo que voy a convertirme en algo que
odio, porque yo he visitado palacios iguales o mejores que el Palacio de
Selgas, públicos y privados, y nunca, nunca, he sentido que me trataran como si
se vieran obligados a enseñármelo, como si mi presencia les molestara y
desconfiaran de mí en todo momento.
Lo digo todo sin acritud, y si lo pongo en público es sólo porque creo que a los de Fort Knox les puede intesar hacer una visita para copiar sus métodos.
4 comentarios:
Hola
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Carla.
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Desde luego, no pienso visitar el palacio de marras. Odio que me traten de esa forma. Creo que yo les hubiera mandado a paseo en mitad de la visita.
Con el Opus te topaste... jeje! Estas fundaciones guardan con mucho celo sus presuntas apropiaciones indebidas
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