¿Hace cuánto tiempo esperábamos algo así? Una saga inteligente, atractiva, formidablemente escrita y dotada de una capacidad adictiva superior a la de la metanfetamina. ¿Cómo puede ser un éxito de ventas una obra que parece más extensa que la Biblia de Jerusalén? ¿Por qué es imposible dejar de leer? ¿Por qué te arrastra la historia como un proyectil teledirigido? ¿Cuál es el secreto? George R. R. Martin no es un escritor como los demás. Su fuente de inspiración no proviene tan sólo del mundo de la espada y la brujería, ni del universo Tolkien, ni siquiera de la ciencia ficción. Tampoco se trata de una profunda investigación sobre la Inglaterra feudal y la guerra de las Dos Rosas. Su motor es otro. Estoy hablando de la televisión por cable.
No me digáis que no es una manera genial de empezar a presentar un libro. No os reviento el resto, igual de jugoso. Ya hace dos años comparé la estructura de la novela con un capítulo de una serie.
Además, el propio autor cita en los agradecimientos a lectores (más bien fans) que le envían correos, e incluso reconoce que estos fans conocen las novelas y el mundo creado mejor que él mismo y confiesa que gracias a una página no oficial, Westeros, ha podido mantener la coherencia de la serie. Internet.
Así que aquí tenemos la clave del éxito de esta nueva literatura. Una historia perfecta que tiene en cuenta los gustos del nuevo público. Tal vez si los chavales españoles están dejando de leer, habría que tener en cuenta estos elementos (sobre todo la tele, internet y los videojuegos) para conseguir que se encierren con un libro por iniciativa propia. Y descubran el placer que les aguarda con un buen chute de papel impreso.
Yo ya empiezo a sentirlo fluir por mis venas.
1 comentario:
Un amigo me acaba de dejar el primer libro de la serie, con la advertencia de que engancha.
Por cierto, no sé si sabes que aparece un cuento de esta saga en la antología Leyendas (el título original es Legends II; parece que el primer volumen no existe en español). Aparece junto a relatos de otros autores, como mi idolatrado aunque poco traducido Tad Williams.
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