Si por la mañana el domingo fue fresquito casero y sofá, por la tarde era necesario activarse un poco, así que, como diría Elvira Lindo, mi santa y yo nos fuimos al teatro. Nos decidimos por La tempestad, de un tal Shakespeare, con la dirección de Lluis Pasqual.
Debo reconocer que conocía esta obra sólo por algunas referencias leídas en el último volumen de The Sandman, de Neil Gaiman y poco más. Y me sorprendió bastante, tanto por la obra en sí como por la versión. La trama no es que sea gran cosa, la verdad, pero tiene sus puntos de giro oportunos y es una historia amable, grata de ver y divertida, muy divertida. El que hayan decidido que uno de los personajes cómicos hable con acento entre maño y navarro podría parecer a priori un poco burdo, pero, muy al contrario, le otorga una cercanía que nos hace reírnos aún más con sus intervenciones.
El caso es que volví a mi casa y me leí de nuevo la última historieta de The Sandman, que cuenta, precisamente, cómo Shakespeare escribe La Tempestad como último encargo del Señor de los sueños. Y en esta lectura, con la representación tan fresca, comprendí muchas cosas que se me habían escapado la primera vez. Para que después digan que los comics con para críos...
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