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lunes, marzo 05, 2007

Diecisiete pesetas


Como a la vuelta de casi una semanita en mi pueblo me encuentro con que ando escaso de tiempo para presentar las tramas del capítulo 187 de Hospital Central y no tengo mucho tiempo para escribir un post, recurro a plantar aquí la tercera entrega sobre mi "Infancia catódica". La anécdota de las diecisiete pesetas tiene algo que ver con la tele en cuanto fue mi fascinación por Pipi Langstrump lo que lo originó todo:

No estoy totalmente seguro de que fueran diecisiete pesetas, pero esa es la cantidad que se me viene a la cabeza cuando recuerdo aquello.

Por aquella época triunfaba en la tele la serie Pippi Calzaslargas, que a mí me tenía totalmente subyugado.

"La Pelá" vendía unos paquetes de pipas, en bolsa de plástico amarilla, en las que venían cromos de la serie. Como todo niño que se precie, yo hacía la colección.

Hasta ahí, todo correcto. Pero un día mi madre me mandó a comprar una botella de Coca-cola, o de Casera-cola o de la cola que se comprara en aquel entonces. Y me dio diecisiete pesetas.

Yo fui a la casa de "La Pelá", entré y le pedí el refresco, pero me dijo que se le habían acabado. Vi el cielo abierto. Tenía en mi poder diecisiete estupendas pesetas con las que poder hacer lo que me viniera en gana. Diecisiete pesetas a una peseta por bolsa de pipas eran diecisiete bolsas, lo que equivalía a ¡¡diecisiete nuevos cromos!!

Casi no me cabían en las manos. Llegué a mi casa contentísimo con mi cargamento de pipas, pero, al contrario de lo que esperaba, mi madre se enfadó muchísimo. ¿Qué había hecho con la Coca-cola?

-Es que no había.

Ese razonamiento no parecía valerle. A fuerza de suplicar, me dejó quedarme con dos o tres bolsas, pero tenía que ir a descambiar el resto.

Allí iba yo, otra vez calle abajo camino de la casa de "La Pelá" con mis catorce o quince paquetes de pipas. Cuando le dije que quería que me devolviera el dinero equivalente a aquellas bolsas, ella lo hizo, pero también se enfadó conmigo y también me cayó una tremenda bronca.

Creo que en ese momento deseé con todas mis fuerzas ser adulto, algo que seguí deseando siempre que me caía una bronca.
En la foto, mi hermano mayor y yo en el sardinel de una casa, años antes de la anécdota en cuestión.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Hola! Yo también coleccionaba esos cromos que venían en las bolsas de pipas, pero lo máximo que llegué a comprar de una vez fueron dos paquetes. No me comía las pipas, pués sólo quería los cromos.

Era una fanática de la serie, pero luego la volví a ver ya con veinte años y se me vino abajo un mito. Creo que en estos casos es mejor quedarse con el buen sabor que deja el recuerdo y la asociación de ese recuerdo con la infancia.

Saludos,
María

Anónimo dijo...

Soy otra vez María, aquí con tu comentario me he puesto a pensar y he recordado más cosas de mi infancia. Yo también soy de un pueblo de Sevilla. La quiosquera que me vendía las chucherías también tenía apodo: la "pichiriqui", que no se lo que querría decir. El quiosco no era tal sino un cuarto al entrar en el zaguán de su casa. ¡Qué infancia más feliz, en que los niños jugábamos en la calle y no teníamos ni ordenador ni videojuegos!

Anónimo dijo...

Hola Antonio, es que eso de que te vayas una semanita a tu pueblo no está nada bien, por que allí te relajas demasiado (cervecitas, amigotes, familia....) y no me extraña que no te de tiempo a presentar esas tramas que tu maravilloso coordinador (al cual yo quiero mucho) está esperando con ansia. ¿como estás? Por lo que veo fenomenal y después de una semana de vacaciones ya me lo imagino, así que ponte la pilas y a trabajar un "poquito" y a seguir escribiendo en tu maravilloso blog el cual leo todos los días.
besos
Raquel

Zero Neuronas dijo...

¡¡¡Hombre!!!
Agradable visita a este blog. No te voy a decir que me cuentes cómo te va aquí en público, porque espero que nos lo cuentes pronto.
Otros besos y nos vemos.