Hace años estaba en casa de una amiga, tomando algo y charlando de nuestras cosas. La tele, como ocurre en muchas casas, estaba como sonido de fondo, sin que nadie le prestara atención. Con nosotros estaba también una prima de esa amiga, ya casada y con un niño de unos cinco o seis años. El niño estaba jugando con un cochecito o algo así, sin prestar tampoco atención a la tele. Eran las siete de la tarde y empezó una corrida de San Isidro. Como no mirábamos la tele, nadie se dio cuenta. De pronto, la abnegada madre miró a la tele y vio a un torero entrando a matar. Su gritó atronó al vecindario. Cogió al niño y le gritó que no mirara. Nos obligó a cambiar la tele casi como si se hubiera cometido el más terrible de los sacrilegios en esa casa.
Entiendo y respeto que esa madre no quisiera que su hijo viera una corrida de toros. La verdad es que no es un espectáculo muy agradable si se ve desvinculado de su carga atávica. Lo que critico de esa actitud es la exageración, la sobreprotección, es más, la "señalización". Ese niño, que ni se había dado cuenta de lo que había en la tele, sintió curiosidad ante el grito materno. Es más, tuvo tiempo de lanzar una mirada al aparato justo en el momento en que la espada atravesaba el corazón del animal. Vamos, que su madre consiguió que viera justo lo que no quería que viera. Y no sólo que lo viera, sino que se preguntara qué era aquello y que probablemente sintiera curiosidad ante la próxima corrida televisada. Algo que no hubiera ocurrido de seguir charlando tranquilamente, haberse levantado con cautela, haber agarrado el mando a distancia y haber cambiado de canal sin estridencias.
¿A qué viene recordar esto? Pues a que algo parecido ha ocurrido, como recoge Periodista Digital, con el programa Los Lunnis. Parece que en él se dio la noticia, imágenes incluidas, de una boda gay.
Los sectores conservadores no han tardado en llevarse las manos a la cabeza (seguramente estos sectores nunca se la llevan ante una corrida de toros en horario de protección del menor). La gente se preocupa de que los niños vean en la tele a dos hombres casándose, gritan, se levantan de sus asientos a tapar los ojos de sus vástagos, señalan el demonio con el dedo: ¡¡Niños no veais la realidad!!
Se critica que se haya dado la noticia en un programa infantil. Pero a las tres de la tarde, cuando los hijos llegan del colegio y el telediario está de fondo, esos niños probablemente podrán ver las torturas en Irak, asesinatos, malos tratos,... sin que nada ocurra, porque esta realidad no afecta al mundo moralmente idílico de cierta gente. Es algo que sólo sucede tras la pantalla.
Las corridas de toros son una realidad, los matrimonios gay también lo será, pero al menos en una de las dos realidades no hay sangre ni violencia.
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