Intenté desterrar todo destello de nostalgia a mi otro blog, en el que dejé de escribir en diciembre del año pasado. Pero en posts como el de ayer, la nostalgia, inevitablemente, vuelve a surgir, como un Guadiana de la memoria.
Será la edad o será la caló, pero hoy, sin venir a cuento, me he acordado de un novelista-cuentista, que me apasionaba en mi infancia. De hecho, ya lo cité en el susodicho blog nostálgico. Me refiero a Cornell Woolrich, conocido también como William Irish (y parece ser que con algún seudónimo más).
En la biblioteca de mi pueblo, en la parte baja de la última estantería (como corresponde a un apellido que empieza por "W"), se disponía una serie de libros oscuros, de tapa dura forrada en tela (o al menos así lo recuerdo). Eran las obras completas de Cornell Woolrich. Me dio por coger el primer volumen, y desde ahí, no pude parar hasta que me los leí todos.
Yo era aún un niño, pero aquel hombre escribía de una manera que me hacía comprender fácilmente a los personajes, y contaba unas historias que me mantenían atrapado desde la primera página, preocupado por la suerte de los protagonistas, sin tener ni idea de qué iba a ocurrir a vuelta de hoja. Me hizo descubrir mejor que nadie la magia de la novela negra y el arte de lo que después supe que se llamaban "giros". Sospecho que leído hoy día, descubriría los hilos del autor por aquí y por allá, los giros que tanto me sorprendían me parecerían artificiosos, por eso no sé si prefiero releerlo o no volver a tocar un libro suyo. Miento, hace un año o así lei una de sus cuentos y, efectivamente, la resolución me pareció un poco forzada. Pero no importa, leer a William Irish es sumergirse en un mundo reconocible de bruma, pistolas que humean, inocentes que parecen culpables y culpables que parecen inocentes, gatos que maúllan a la luna... Por algo muchas de sus obras han sido llevadas al cine o la televisión.
En fin, que después de esta parrafada, me han entrado ganas de volver a su mundo. Ya os contaré.
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