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Ayer estuve en Correos. Nada raro si vas a echar una carta. Pero ocurrió algo muy simple que me hizo reflexionar (apenas unos segundos, pero como tengo un blog, pues traslado aquí esa reflexión).

Un hombre echó algunas cartas y preguntó por unos paquetes que había enviado. Al parecer todos iban a la misma dirección, pero algunos de ellos se habían extraviado y nunca habían llegado. La chica de Correos le preguntó: "¿Certificó el envío?". El hombre dijo que no, y la chica de Correos dijo que claro, que así está difícil saber qué pasó. Pelillos a la mar. El hombre, sin perder la compostura, dijo que estaría bien que Correos alguna vez se responsabilizara de su trabajo. La chica insistió en que lo mejor es certificar y el hombre respondió la frase que me hizo reflexionar: "Entonces tengo que pagar un tanto para que hagan su trabajo, pero si quiero que lo hagan bien, tengo que pagar un extra".

Así funcionan cada vez más las cosas. En el mostrador de al lado me estaban atendiendo a mí. Yo enviaba un paquete certificado y la chica que me atendía me preguntó "¿con seguro?". Nunca antes me lo habían preguntado. Quise saber en que consitía, y se trataba de pagar euro y pico más para asegurarse de que no se perdía. No lo pagué. Es como si te dicen que tienes que dar un euro extra en un restaurante para asegurarte de que el plato ha pasado al menos por el lavavajillas.

De todas formas, si os fijáis, ésa es la tendencia actual. Cualquier servicio mínimo se ofrece con la posibilidad de contratar un seguro para garantizar ese servicio. Una nueva forma de hacer dinero.