Para ampliar mi repertorio de platos, a veces me decido a probar con alguna receta de un libro, y eso es lo que he hecho este fin de semana. Me propuse intentarlo con la comida cubana y con uno de sus platos estrellas: la ropa vieja.
No se trata de la que hacemos por estos lares con las sobras del cocido, sino de un plato preparado de principio a fin. Voy a dar las cantidades que yo he usado, con lo que me han salido tres platos para gente que coma normal, o dos para glotones. Quien quiera para cuatro o seis, sólo tiene que multiplicar.
Cogemos un trozo de morcillo de ternera de medio kilo (ya digo, es lo que yo he usado), lo limpiamos un poco de telillas de grasa, impurezas y esas cosas, lo lavamos bajo el grifo y lo echamos en una cazuela. Lo cubrimos completamente con agua, añadimos un poco de sal y lo ponemos al fuego. Cuando empieza a hervir, quitamos la espuma y después dejamos hervir entre una hora y hora y media. Ahora sacamos el trozo de carne, lo dejamos apartado en un plato, templándose, y reservamos el caldo.
Cuando la carne está templada, la deshilachamos con las manos, despreciando los trocitos de grasa que puede haber entreveteados en la carne. Esto se hace mucho mejor si la carne aún está templadita, porque si está fría del todo, se desmenuza mal. Dejamos la carne en hilillos en el plato, que ahora la usaremos.
Después, en una cazuela de barro, ponemos una cebolla pequeña (o media, si es grande) y dos dientes de ajo, todo picado bastante fino. Lo doramos un poco y añadimos entonces un pimiento verde, también picado muy fino. Lo vamos dorando, dando vueltas de vez en cuando, unos cuatro minutos. Añadimos dos tomates pelados y cortados en daditos muy pequeños, un buen chorreón del caldo de haber cocido la carne, un poco de sal y lo tapamos. Lo dejamos a fuego lento unos diez minutos, moviendo de vez en cuando. Estos diez minutos los podemos aprovechar para deshilachar la carne.
Después, añadimos una cucharadita de postre de pimentón, la carne, una hoja de laurel y un vaso de vino. Lo mezclamos todo bien y lo volvemos a dejar a fuego lento, unos treinta minutos. Al cabo de ese tiempo, el resultado es éste (la foto es auténtica, de mi propio plato).
Para servirlo, hervimos un poco de arroz, pero a mí eso del arroz blanco hervido no me gusta mucho desde que me harté de comerlo en mi época de estudiante. De manera que, para darle un poco más de sabor, ponemos en una sartén dos dientes de ajo partidos por la mitad, los doramos un poquito y añadimos a ese aceite (sin quitar los ajos), el arroz hervido y escurrido (un par de puñados por persona). Le vamos dando vueltas, dorándolo un poco, para que coja también el saborcillo del ajo. Para emplatar, decoramos con un par de tiras de pimientos (o con lo que se nos ocurra y nos guste, un pimentito frito tampoco le vendría mal, creo). Éste fue el plato que me comí ayer.
Me sobró un poco, así que mañana, repetiré en el curro. Buen provecho.
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