En mi época de estudiante respondía al menos a uno de los tópicos: no tenía ni un duro. Cualquier compra ajena a la manutención (mi madre ya me lo dijo: "en comida, no mires por el dinero") requería un estudio previo: ¿era necesario?, ¿me gustaba tanto?, ¿disponía de capital?. Y los libros no se excluían de este estudio.
Aunque compraba algunas novelas, la mayoría de mis lecturas las obtenía con el carné de la biblioteca de la facultad y el de las bibliotecas públicas. Pero había una ocasión especial, una vez al año, en que me dejaba los remordimientos en casa, sacaba del banco mil duros o más (cuando yo llegué a Madrid, las paredes de los edificios no estaban decoradas con cajeros automáticos, viejuno que soy) y me iba al parque del Retiro. Era, ¡¡la Feria del Libro!!
Siempre salía de allí con dos o tres novedades bajo el brazo y una sonrisa de satisfacción. Al llegar a casa, abría los libros, olía el perfume a papel y tinta vírgenes y tenía que decidir por cuál de los libros comprados empezar.
Después de tres o cuatro años sin ir, ayer me pasé de nuevo por la Feria del Libro. Por suerte, ahora me puedo al menos permitir comprar libros de vez en cuando, por lo que el ritual de aquellos años de estudiante no estaba presente, pero el espíritu sí.
Los brazos me dolían al llegar a casa tres horas más tarde, me senté en el sofá y fui sacando uno a uno los libros poniéndolos en tres montoncitos: en uno, las novelas (sólo me compré una), en otro, los libros de cine o narración (cuatro) y en otro, los cómics (otros cuatro). Como tenía un par de libros comenzados, ayer no me leí ninguno. Pero esta mañana no he podido resistir la tentación y he abierto la primera página de
Billy & Joe, un libro de entrevistas a Billy Wilder y Joseph L. Mankiewicz de
Plot ediciones. Y ya está, ya no puedo parar. Ahora nadie puede obligarme a que lo deje para después.

En la primera entrevista a Billy Wilder encuentro perlas como las que voy a copiar:
Hablando del sistema de trabajo en los estudios:
"Todos los jueves debíamos entregar once páginas de guión. Trabajábamos en dos, tres o cuatro películas al mismo tiempo. Nos pasaban de una película a otra y nos hacían reescribir los guiones de otros. Era como una fábrica, una inmensa cadena".
Sobre el cambio de ser guionista a ser también director:
"Escribir es un sufrimiento, es el sudor, es un trabajo agotador. Pero si tienes un buen guión y buenos actores, la dirección es un verdader placer. Escribir un guión es como hacerle la cama a alguien, y luego, ese otro llega y se mete dentro y a ti lo único que te queda es volverte a casa".
Su definición de algunos productores, no los grandes:
"Aquellos que, como no sabían escribir, como no sabían dirigir, como no sabían actuar, como no sabían componer... acababan por estar a la cabeza de todo".
Sobre su forma de dirigir y de acatar los sistemas de producción:
"Como ruedo deprisa y no me regodeo con ejercicios masturbatorios de autosatisfacción egocéntrica, finalmente obtuve el derecho al montaje final: que es lo más que puedes alcanzar".
En fin, que seguiré devorando este libro, porque está claro: cuando Dios habla, hay que pararse a escucharlo.