Ni la grandiosidad del mar, ni lo extraordinario de la naturaleza salvaje, ni la inmensidad del universo, lo que ayer me hizo sentirme pequeño e insignificante fue la construcción.
Iba yo subiendo hacia el Paseo de Extremadura de Madrid por una de esas calle muy empinadas que se estilan por la zona cuando adelanté a un ancianito que, apoyado en su bastón y dando cortos pasos, iba hablando con una persona más joven.
- Todo esto era montaña-alcancé a oírle decir.
Miré a mi alrededor. Algún colegio, algún negocio, calles asfaltadas, y viviendas, algunas recientes, muchas antiguas. ¿Todo esto era montaña? ¿Y este hombre lo ha visto?
De repente me vino a la cabeza una idea: la inutilidad de todo lo que acometemos. Nos creemos que nuestros actos son importantes, pero mañana las montañas habrán dejado paso al asfalto. Nada permanece, sólo un anciano a punto de morir recuerda que el ladrillo antes era campo.
Después me olvidé de mi reflexión existencialista y fui hasta la oficina de Correos a reclamar una entrega perdida.
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