Desde principios de año o finales del anterior (más o menos) vengo escribiendo la segunda novela protagonizada por Growyn, el elfo detective. Algo que me ha ocurrido recientemente con ella me da pie a hacer una reflexión aquí sobre un aspecto del proceso creativo, un aspecto que llamaré: el personaje sorpresa.
Mi método de trabajo se basa en hacer una estructura antes de comenzar a redactar. En esa estructura ya sé los grandes acontecimientos de la novela, en qué orden se van a suceder y aparecen ya los personajes principales. Eso no quiere decir que redactar sea un proceso mecánico y rutinario, al contrario, cuando voy escribiendo, la propia acción me va guiando y muchas veces me tengo que apartar del esquema previo y reorientarlo todo, aunque siempre intento que la historia vuelva a converger con la estructura marcada más pronto que tarde.
Según voy escribiendo voy pasando los capítulos a la gran Ade, que lo lee y me anima a seguir. El otro día me comentó que echaba en falta algo, yo creí que tenía razón y de pronto creé a un personaje para cubrir ese algo que ella me comentó. Lo que ocurre es que ahora el personaje creado ha irrumpido en la novela como un elefante en una cacharrería. Como no había pensado antes en él, me detuve un poco a darle forma, a crearlo, a darle un pasado... Y de pronto me he llevado una sorpresa. Este personaje no puede aparecer sólo para un capítulo, tiene que seguir con los demás personaje, conmigo, con el lector.
Este personaje me va a obligar a replantear muchas cosas de ese esquema que yo ya tenía apuntadito en un documento de word. Pero no os creáis que todo esto es un engorro. Muy al contrario, este personaje ya tiene vida propia y habla por sí mismo, y me gusta cómo habla, me gusta lo que tiene que contar, me gusta lo que puede ocurrirle. Y yo mismo me pregunto a dónde conducirá la historia, pero será mejor que deje que las cosas ocurran. Ahora me lo estoy pasando mucho mejor cuando me siento al ordenador.
Escribir puede ser maravilloso.
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